lunes, 24 de febrero de 2014

On 8:42 by Unknown in    No comments
“¿Qué hay en un nombre? ¡Lo que llamamos rosa con cualquier otro nombre tendría el mismo dulce aroma!”


Así dice Julieta en su monólogo del balcón, en el Romeo & Julieta de Shakespeare.

Y sin embargo, si yo digo “rosa” pero no te doy una experiencia de la palabra mientras la digo, tú vas a traer a tu memoria tu experiencia previa de otras rosas… y quizás tu rosa imaginaria no “tendría el mismo dulce aroma” que la que yo estoy evocando.

Lo mismo pasa cuando en un entrenamiento un instructor manda hacer "sentadillas". Sin duda él tiene una idea muy clara de lo que quiere ver cuando pide "sentadillas". Sin embargo, si mirás a los que están en haciendo las "sentadillas" muchas veces te encontrás con 20 versiones diferentes de los mismo (y algunas casi irreconocibles). El profe quizás de luego algunos puntos a tener en cuenta: espaldas rectas, rodillas que no sobrepasen los dedos de los pies, etc. El problema es que, aunque parezca increíble, todos tenemos experiencias diferentes de lo que es una "espalda recta" y una "rodilla".

Lo que quiero decir es esto: interpretamos los estímulos verbales de forma diferente tú y yo… según nuestras experiencias sensoriales previas, o sea, según nuestras vivencias anteriores del concepto.

Una palabra es un estímulo… tu interpretación de ella, un hábito.

Las buena noticia es que los hábitos pueden re-entrenarse al acumular nueva experiencia sensorial.

Por lo tanto, a veces tenemos que explicarnos mejor. Y la mejor forma de explicarte algo es darte una experiencia de lo que quiero decir. Y en lo que al cuerpo respecta, no hay mejor información que la sensorial y kinestésica.

En mi último blog metí la pata con esto. (Bueno, de hecho hice lo incorrecto y lo correcto en el mismo artículo).

Verás, hice lo incorrecto al usar la palabra “DIOS”. Está claro que no hay forma que yo pueda darte una experiencia de lo que esa palabra significa para mi, algo más allá que cualquier religión o sistema cultural.

De todas formas, me encontré con que es casi tan (o quizás incluso más) políticamente incorrecto decir la palabra “DIOS” como lo es decir “AXILA” o “SOBACO”.

Sin embargo, con AXILA hice lo correcto. Antes de que me pudieses decir, “¡Ugh! ¡Vicky por favor! ¡Qué asco! No hablamos de esas cosas aquí,” me apuré a darte una idea sensorial de lo que “axila” significa para mí. Y si tuve suerte con mi demostración, quizás hasta encontraste la cualidad de mi concepto de axila hasta algo más relajante que tu experiencia previa de esa palabra.

Como con la mayoría de los hábitos, incluso luego de tener una nueva experiencia sensorial de una palabra, nuestra primera reacción al oírla será la que tenemos más practicada: la de la vieja definición… con la configuración de tensión muscular que la acompaña (cada pensamiento que tenés es un estímulo, cada palabra que escuchás interna o externamente está teniendo una manifestación física en tu cuerpo de contracción o expansión).

Permitime darte un ejemplo de mi propia experiencia con esto.

¿En qué área de tu cuerpo pensás cuando digo la palabra “CUELLO”?

Rápido, sin pensarlo, tocá tu cuello desde donde sentís que comienza hasta donde sentís que termina (y dije sin pensarlo, porque no quiero tu cuello conceptual, quiero el cuello con el que realmente vivís día a día, el que es parte de tu experiencia corporal).

Yo sé que si no me permito a mí misma sobre-pensarlo, todavía tengo el hábito de mocharle los extremos inferior y superior a mi cuello. Con mis años de estudio y trabajo con la Técnica Alexander logré ganar unos centímetros más por encima y por debajo de mi concepto anterior de cuello, pero mi hábito sensorial todavía no se adecua a mi conocimiento conceptual de lo que mi cuello realmente es.

Como versa, tu cuello es LARGO. En serio. Hay 7 hermosas vértebras entre tu cráneo y tu tórax.

Cuando PRESTAS ATENCIÓN & ANALISÁS el tema, te das cuente que tu cuello empieza a la altura de tus orejas y tu nariz, y no donde termina tu mandíbula.

En el extremo inferior, y en términos musculares, tu cuello abarca el ancho de tus clavículas, y el borde superior de tus omóplatos. Es largo y ancho.

Si cuando pensás “cuello” estás solamente pensando en el espacio que te taparía un collarín (como el de la foto)… bueno, en ese caso, te estás mochando gran parte del cuello... y casi que seguro tenés algo de tensión en esas partes que no estás tomando en cuenta.


¿Cómo se arregla esta discrepancia entre lo que es, y lo que tú sentís que es?

Parando para pensar antes de reaccionar… y uniendo a este pensamiento el aumento de percepción sensorial que lográs al soltar la tensión.

Así que al principio tenés que acordarte de mantener la calma y recordar tu dirección (o sea, parar antes de zambullirte en tu reacción habitual y recordar cuál es tu nueva y más amplia definición de la palabra), tenés que hacer esto a consciencia día a día… hasta que la nueva, y más amplia y espaciosa definición de la palabra se te vuelva un hábito.

Quizá al principio tengas que inventarte una nueva palabra, una que te suene mejor con la nueva definición. Yo hice esto para “cuello” durante un tiempo; usé la palabra inventada “scuible” porque no tenía ningún significado asociado para mí, así que podía enchufarle esta idea del espacio vasto, largo y ancho que circundaba a mis 7 vértebras cervicales. Luego pude volver a usar la palabra “cuello”, ¡pero incluso hoy en día, cuando me digo a mi misma “scuible” tengo una imagen sensorial más completa de mi cuello real que cuando uso la palabra “cuello”! Los hábitos son ASÍ de fuertes.

Si lográs hacer suficientes veces este parar-para-recordar tus nuevas direcciones de pensamiento, eventualmente la nueva definición se vuelve parte de ti, se vuelve parte de tu definición personal… y la palabra generará una nueva respuesta en ti, al punto que te preguntarás cómo es que alguien puede comprenderla de una forma distinta a cómo la interpretás tú.

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Image credits:
"Rosas" by Hans

"Covering Her Mouth With Both Hands" by photostock/freeditialphotos.net

"Neck animation" by wikimedia commons


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